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No tengo estudios en el campo de la política ni trayectoria como escritor, periodista o bloguero con la que avalar estas líneas. Por ello con este artículo no aspiro más que a trasladar la percepción de gran parte de la ciudadanía española sobre nuestra situación actual y sobre lo que ve en las noticias, a través de un somero análisis de las causas, realidades y consecuencias de la situación de España.
No tengo estudios en el campo de la política ni trayectoria como escritor, periodista o bloguero con la que avalar estas líneas. Por ello con este artículo no aspiro más que a trasladar la percepción de gran parte de la ciudadanía española sobre nuestra situación actual y sobre lo que ve en las noticias, a través de un somero análisis de las causas, realidades y consecuencias de la situación de España.
Desde que el castillo de
naipes de la economía española, sustentado en gran parte por la especulación
inmobiliaria, fuera barrido por la crisis mundial, el paro no ha dejado de
crecer, alcanzando la dramática cifra de 6 millones de personas sin empleo. Por
otro lado, la implacable sucesión de recortes ha agravado más la depresión y ha
aumentado el sufrimiento y la desprotección de los afectados por esta crisis.
El «milagro español» lo
llamaban: años felices en los que mientras Europa se estancaba, nosotros no
parábamos de crecer (hasta al 4% anual).Tampoco parábamos de hacer pisos, de
invertir en especulación (en vez de en industria o economía real) y de
despilfarrar en obras faraónicas e inútiles. Todo ello mientras políticos,
constructores y banqueros, todos a una, no paraban de llenarse los bolsillos.
De esta forma olvidamos rápidamente la situación de años atrás, cuando los
españoles debían salir a buscarse un porvenir a Alemania, América… Pues bien,
la burbuja estalló y nos devolvió a la cruda realidad. Ahora nos encontramos
con un 57,6 % de paro juvenil: millares de jóvenes que ya no cogen la maleta de
cartón y toman el tren como en los 60, sino que compran en Ryanair un viaje a la
aventura para intentar escapar de la falta de expectativas y posibilidades.
Esta nueva generación de
expatriados está formada tanto por trabajadores del sector servicios o de la
construcción, que buscan un puesto no cualificado, como por profesionales
sanitarios o ingenieros. En muchos casos se trata de personas con estudios superiores
que han crecido en un estado de bienestar y relativa bonanza económica, que se
ha visto repentinamente truncada dando al traste con sus expectativas de encontrar
trabajo, prosperar e independizarse, quedándoles sólo la salida de la
emigración (casi 1.000.000 de personas abandonaron España en los dos últimos
años). Algunos de ellos consiguen así sus objetivos
laborales, mientras que muchos otros se convierten en mano de obra barata con
jornadas maratonianas y bajos salarios o incluso se ven obligados a volver con
las manos vacías.
Ante esta situación, las
únicas respuestas que recibimos de nuestros políticos son recortes sociales y empeoramiento
de las condiciones laborales. En definitiva, nos tratan de convencer de que para
salir de la crisis el único camino es renunciar al estado del bienestar y las
protecciones sociales y trabajar más y cobrar menos para ser más competitivos,
pues al parecer, la culpa de la situación la tenemos nosotros; todos los
españoles, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, creyendo que
teníamos derecho a una educación y sanidad de calidad, a unos salarios y
condiciones laborales justas… Como si esto fuera una anomalía o una locura de
la época de bonanza que hay que corregir, como si ese hubiera sido el error y
no el despilfarro, la corrupción y la incompetencia de los dirigentes, la
evasión de impuestos de las grandes empresas o incluso la explotación que
sufren los trabajadores en otros países, que nos obliga a ponernos a su nivel
para ser competitivos.
En este camino hacia atrás
nos encontramos, pues amparándose en la necesidad de reducir el déficit para frenar
la deuda pública (que ya alcanza los 882.339 millones de euros, el 83,5 % del PIB), están desmontando el
estado del bienestar, aumentando la brecha entre ricos y pobres y abandonando a
su suerte a muchas personas en situación límite, como es el caso de algunos
desahuciados que han llegado a suicidarse.
Sin embargo, parece que ni
esto funciona, pues esta terapia de choque a base de austeridad está acentuando
la contracción de la economía y provocando aún más destrucción de empleo, sin
lograr siquiera el objetivo de reducir el déficit, con lo que la deuda sigue en
aumento tornándose impagable. Quizá esta receta mágica que nos imponen para
salir de la crisis sea realmente un «austericidio».
Además, para colmar el vaso
de la paciencia de los españoles, los mismos que nos exigen que nos apretemos
el cinturón aparecen a menudo involucrados en casos de corrupción. Cada día
vemos en la televisión un nuevo escándalo de otro político que engrosó su
cuenta en Suiza a costa del erario público o de un empresario que evadió unos
cuantos millones a hacienda y que jamás llegará a ir a la cárcel, ni mucho
menos a devolver un solo céntimo de lo robado. Nos mienten, niegan las
evidencias y ofrecen explicaciones absurdas para acabar evadiéndose sin pagar
por sus delitos, lo que lleva a pensar al ciudadano que se están riendo de él.
Todo esto ha provocado que
la pasividad ciudadana inicial se torne en indignación y manifestaciones casi
diarias, que en apariencia no remueven la conciencia de los políticos, pues ni
dimiten ni rectifican un ápice sus políticas. Así, crean en la ciudadanía una
sensación de desánimo y desconfianza en la clase política, las instituciones y el
futuro del país.
Adrián es licenciado en Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica de Madrid. Le interesan los problemas sociales de la actualidad, siempre utilizando un punto de vista muy crítico. Le apasiona la lectura, desde periódicos hasta todo tipo de novelas, también le encantan el cine y las series. Adrián va a completar sus estudios en Varsovia, Polonia, el próximo curso 2013-14.
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